Un mensaje de amor repleto de humanidad y consuelo. La virtuosa sensibilidad de Marcos Galvany brotaba por cada uno de los poros de su obra, emocionando y conectando con el alma de más de dos mil crevillentinos que obnubilados presenciaron en directo la ópera “Oh my Son”. La expectación era mayúscula, y las interminables colas fueron testigos de cómo la iglesia de Nuestra Señora de Belén se transformó por momentos en un flamante palacio de la música. La suspensión del concierto previsto en el Vaticano no fue obstáculo para que Crevillent estrenara su obra y mostrara sus mejores voces dando vida a los personajes de María, Pilatos, la Magdalena o Jesús, en una maravillosa interpretación (en todos los sentidos) de las hermanas María y Pepa García y los tenores Diego Fuentes y Víctor Marquina. Al tiempo que Isabel Puig dirigía el impresionante coro compuesto por el Orfeón Voces Crevillentinas y el Grupo Canticorum de la Federación Coral de Crevillent.
Arte crevillentino en estado puro, donde no faltó la danza interpretada por Mireia Gracia del grupo Security Dance. Mientras la sublime Suzanne Kantorski lloraba la muerte de su hijo postrado ante el altar, el dolor de María impregnó el corazón de los espectadores. En ese momento se produjo la perfecta simbiosis entre público y personajes de la obra. El tiempo se detuvo cuando Marcos al piano entonaba sus acordes, y resonó en el recuerdo el dolor de una madre por la pérdida de sus hijos Víctor y Javier a los que el autor dedicó su obra. Con el paso de los días, una vez reposadas las emociones, cuando los comentarios hervían en las redes sociales, fuimos asimilando su verdadero mensaje.
No se trataba de un mero concierto, su lectura era mucho más profunda. La historia nos mostraba la búsqueda de la felicidad con una clara promesa de esperanza. Un mensaje envuelto en forma de regalo, propagado por la música de este ilustre crevillentino, “que viene del cielo y al cielo se va”. Juan Carlos González